lunes, 24 de febrero de 2020
BIBLIOTECA
Casi
no podía imaginarme un viernes sin pisar la enorme biblioteca que
dirigía Mary. Ella siempre me esperaba cada fin de semana con una taza
de café caliente. Tal era mi rutina que aprendió a hacerme el café tal y
como me gustaba. La mayoría de veces aprovechaba mi presencia para
hablar conmigo sobre las pequeñas cosas que admiraba de su deteriorada
vida. Claro que esto lo hacía cuando la biblioteca estaba vacía, que por
desgracia era la mayoría de viernes. Mary sufría de constantes
resfriados y gripes, ya que su sistema inmunológico había perdido la
mayor parte de su defensa. Había días en las que yo misma la ayudaba. En
general, los días allí eran monótonos, pero cada segundo que pasaba en
aquel lugar me hacía feliz. Un día me encontraba leyendo una antigua
novela que me había recomendado mi querida bibliotecaria, cuando
sorprendentemente sonó el abrir de la puerta. Recuerdo cómo retumbó con
fuerza debido al viento proveniente de la calle. Al cerrarse fue cuando
levanté la cabeza y lo vi. Era un chico alto y mínimamente musculado.
Tenía el pelo color avellana y sus ojos verdes resaltaban su pálida pero
enrojecida cara a causa del frío del invierno. Me llamó la atención su
sombría mirada que por desgracia hacia menos notable el color de sus
ojos. Aunque de decir que combinaba con su ropa; negra de pies a cabeza.
Llegó y preguntó por el libro "Matar a un ruiseñor", uno de mis
favoritos. Parecía tener prisa por la forma en la que tocaba su nuca.
Mary, tan dispuesta como amable, fue en busca del libro mientras él
seguía en el mostrador de espaldas a mi. No podía parar de mirarle a
pesar de haberlo intentado varias veces. Me percaté de que no lo había
visto jamás, y dudé enormemente de que fuera de por aquí. Al fin y al
cabo este era un pueblo pequeño. Fue en ese instante cuando se giró e
irremediablemente vio cómo lo observaba. Le sonreí con vergüenza ya que
la situación no era para menos, y para mi sorpresa, se acercó interesado
por lo que veía.
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